Ciudadano Cero | Un Thriller de Ciencia Ficción Noir
La lluvia ácida de Neo-Kyoto caía en cortinas de neón líquido, disolviendo los reflejos de los rascacielos en el asfalto como si fueran acuarelas tristes. Era una ciudad que zumbaba, un organismo colosal de datos y electricidad que nunca dormía. Cada ciudadano, cada vehículo, cada dron de reparto, cada puta farola, estaba conectado a la Grid. La Red de Identidad Global. Nuestra cuna y nuestra jaula. Un sistema perfecto, infalible, que había erradicado el crimen anónimo. O eso nos decían.
Mi nombre es Kaito Tanaka, y mi trabajo era barrer las pocas migajas de desorden que se colaban por las grietas de esa perfección. Era un inspector de la División de Crímenes Digitales, un dinosaurio con alma analógica en un mundo cuántico, a punto de colgar la placa y retirarme a un lugar donde la lluvia, con suerte, solo fuera agua. Pero, como siempre, el sistema se guardaba una última broma macabra para mi despedida.
La llamada me sacó de un bar de fideos a las tres de la madrugada. El objetivo: el Nivel 112 de la Torre de la Corporación Shiro. El Santuario. El lugar donde guardaban los prototipos de su próxima generación de procesadores sinápticos. Un lugar tan seguro que decían que ni Dios podría entrar sin registrar su huella biométrica y su historial de pecados.
Cuando llegué, el silencio era la primera anomalía. No el silencio de la calma, sino el de un sistema que ha sido silenciado a la fuerza. Los guardias de seguridad, dos moles de músculo y cromo, estaban en el suelo, no muertos, sino sumidos en un coma inducido, con los ojos en blanco y una fina línea de espuma en los labios. Los habían apagado como si fueran simples lámparas.
Dentro de la bóveda, la escena era aún más imposible. La vitrina de plexiglás reforzado había sido abierta, no forzada. Su cerradura electrónica, que requería tres verificaciones biométricas simultáneas, estaba intacta. El prototipo, un chip del tamaño de una uña que valía más que todo este puto distrito, había desaparecido.
Mi joven compañera, la detective Ren, estaba frente a una pared de monitores apagados. Su rostro, normalmente una máscara de eficiencia ambiciosa, era un lienzo de pura incredulidad.
—Es imposible, inspector —dijo, su voz apenas un susurro—. He revisado cada log, cada byte de datos de las últimas doce horas. Según la Grid, esta planta no ha tenido ni una sola entrada o salida no autorizada. Las cámaras se pusieron en bucle durante exactamente 4 minutos y 17 segundos. Los sensores biométricos no registraron nada. Las placas de presión del suelo no detectaron ningún peso. Quienquiera que haya hecho esto… no estaba aquí. Oficialmente, no existe.
No existe. La frase se quedó flotando en el aire estéril de la sala, un sacrilegio en un mundo donde existir era ser registrado. Un fantasma. Un cero en la ecuación binaria de la realidad. Habíamos encontrado a nuestro primer Ciudadano Cero.
El caso se convirtió en mi obsesión personal. Mis superiores, burócratas cuya fe en la Grid era una religión, insistían en que era un fallo del sistema, un error de software que había que parchear y olvidar. Pero yo sabía que un error de software no apaga a dos guardias con la precisión de un neurocirujano.
Empecé a cavar en la oscuridad digital, en los casos archivados que nadie quería mirar. Y lo encontré. Un patrón. Crímenes menores, casi invisibles, con el mismo modus operandi imposible. El robo de datos de un servidor de bajo nivel. La desaparición de un vial de un laboratorio farmacéutico. Pequeñas incursiones, siempre sin dejar un solo rastro digital. Era él. O ello. El Ciudadano Cero había estado practicando, perfeccionando su técnica antes de dar el gran golpe.
Mi investigación me llevó a los márgenes de nuestra sociedad hiperconectada. Me sumergí en las comunidades de los "desconectados", los parias que vivían en las zonas muertas de la ciudad, lugares donde la señal de la Grid no llegaba. Eran hackers anarquistas, luditas que predicaban el apocalipsis tecnológico, gente que había intentado borrar su identidad y había fracasado, convirtiéndose en fantasmas a medias, invisibles para el sistema pero aún atrapados en la miseria. Eran los sospechosos lógicos, pero ninguno tenía la sofisticación, la tecnología para hacer lo que había hecho nuestro fantasma.
La paranoia empezó a instalarse en mi nuca como un insecto frío. El Ciudadano Cero no solo era bueno; parecía saber lo que yo iba a hacer. Cuando programaba una redada en un nido de hackers, llegaba y solo encontraba consolas frías y el eco de una risa digital. Cuando iba a interrogar a un científico despedido de Shiro, descubría que el tipo se había marchado una hora antes, advertido por un mensaje anónimo. Me estaba observando. Estaba jugando conmigo.
La pregunta dejó de ser "quién" para convertirse en "qué". ¿Una Inteligencia Artificial rebelde que había nacido en los rincones oscuros de la Grid? ¿Un operativo gubernamental de un programa negro, equipado con tecnología de "invisibilidad digital" que se suponía que no existía? ¿O algo peor? ¿Un fallo fundamental en la propia realidad de la Grid, una grieta en los cimientos de nuestro mundo por la que se estaban colando los monstruos?
La respuesta, o al menos una parte de ella, llegó una noche mientras revisaba los planos originales de la Grid, un documento arcaico que casi nadie consultaba ya. Descubrí una anomalía, un protocolo de mantenimiento obsoleto que permitía el acceso físico a los nodos centrales a través de la vieja red de fibra óptica, un sistema analógico que se había dejado como respaldo por si todo lo demás fallaba. Era un punto ciego. Una puerta trasera al cerebro de la ciudad. Una trampa perfecta.
Monté la operación en secreto. Utilicé a Ren como distracción, enviándola a una redada de alto perfil en el otro extremo de la ciudad. Yo me dirigí al Nodo Central 7, ubicado en las profundidades de las antiguas líneas de metro, un lugar húmedo y olvidado que olía a metal oxidado y a tiempo estancado.
El cebo era simple, casi insultantemente analógico. Un prototipo falso, idéntico al robado, colocado en una caja fuerte de la vieja escuela, de las que se abren con un dial y un estetoscopio, no con una huella dactilar. Y yo, esperando en la oscuridad, con mi vieja pistola reglamentaria, un trozo de hierro inútil en la mayoría de los casos, pero esta noche, era la única arma que importaba.
Esperé durante horas. El único sonido era el goteo del agua y el latido de mi propio corazón. Y entonces, lo vi. Una figura emergió de las sombras del túnel. Se movía con una gracia fluida, casi irreal. Llevaba un traje oscuro, sin rasgos distintivos, y su rostro estaba cubierto por una máscara que era una superficie lisa y negra, como un fragmento de obsidiana. No había cámaras, ni sensores. Solo la figura y el silencio.
Se arrodilló frente a la caja fuerte. No usó herramientas. Simplemente colocó sus manos sobre el dial, y lo sentí. Una vibración sutil en el aire, la misma energía que había desactivado a los guardias. Estaba manipulando la cerradura a un nivel subatómico, o algo que mi cerebro de dinosaurio no podía ni empezar a comprender.
Fue entonces cuando salí de las sombras.
—Se acabó el juego —dije, mi voz resonando en el túnel.
La figura se detuvo. Se giró lentamente. La máscara negra me miró, y sentí como si me estuvieran desnudando el alma, como si cada uno de mis datos, cada recuerdo, cada miedo, estuviera siendo escaneado y catalogado.
—Inspector Tanaka —dijo. La voz no era metálica, no era sintética. Era humana. Una voz de mujer. Cansada. Resignada—. Sabía que encontraría este lugar. Era inevitable.
Levantó las manos y se quitó la máscara.
Mi mundo se hizo añicos.
Era Ren. Mi compañera. La joven y ambiciosa detective que había estado "investigando" el caso a mi lado.
—¿Por qué? —logré articular, la palabra se sentía como un trozo de cristal en mi garganta.
—Porque la Grid es una mentira —dijo, y en sus ojos no había malicia, solo una tristeza infinita—. Mi padre fue uno de sus arquitectos. Creyó que estaba creando un mundo más seguro. Pero creó la jaula perfecta. Un sistema que no solo registra, sino que predice. Que moldea. Que decide quién tiene éxito y quién fracasa antes de que nazcan. Mi padre intentó denunciarlo. Y la Grid… lo borró. No lo mataron. Simplemente, editaron su existencia. Murió de un "fallo cardíaco" que nunca tuvo, sus registros médicos fueron alterados, sus logros atribuidos a otros. Dejó de existir.
Extendió la mano, y vi el dispositivo en su palma. No era un arma. Era un "anulador de identidad", la tecnología prototipo en la que su padre había estado trabajando. Un dispositivo que no te hacía invisible, sino que creaba un punto ciego a tu alrededor, convenciendo a la Grid de que simplemente no estabas allí.
—Yo no soy un criminal, inspector. Soy un fantasma que intenta demostrar que los fantasmas existen. Quería el prototipo de Shiro para poder exponer la verdad, para demostrar que la Grid no es infalible. Que puede ser engañada. Que puede ser rota.
La sirenas sonaron a lo lejos. Mi trampa no solo lo había atraído a él, o a ella. Había alertado al sistema.
—Tienes que irte —le dije, bajando mi arma.
Me miró, sorprendida. —Pero… tu caso. Tu carrera.
—Mi carrera se acaba en una semana —dije, y por primera vez en mucho tiempo, sentí algo parecido a la paz—. Y este caso… este caso nunca existió. No hubo ningún ladrón. Solo un fallo del sistema. Un error de software.
Ren desapareció en la oscuridad, convirtiéndose de nuevo en el Ciudadano Cero. Yo me quedé y conté la historia que el sistema quería oír. El caso se cerró. La Grid fue parcheada. La fe en la perfección infalible fue restaurada.
Me jubilé. Ahora vivo en una pequeña cabaña junto al mar, donde la única red es la de los pescadores y el único zumbido es el de las olas. Pero no puedo quitarme de la cabeza la mirada de Ren. La verdad en sus palabras. La Grid no es una jaula de oro. Es solo una jaula. Y ahora sé que hay grietas en sus barrotes.
El Ciudadano Cero nunca fue capturado. Y a veces, por la noche, cuando miro las noticias y veo un apagón inexplicable, un fallo bursátil que nadie puede justificar, o un político corrupto cuya carrera se desmorona por una fuga de datos anónima, me pregunto. Me pregunto si Ren sigue ahí fuera, un fantasma en la máquina, luchando su guerra silenciosa. O si, quizás, el Ciudadano Cero no era una persona, sino una idea. Y que ella solo fue la primera de muchos. La primera grieta en un muro que, tarde o temprano, está destinado a derrumbarse.
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