La Erosión Cósmica 5: El Eco en el Silencio (Final)

Mi nueva existencia no se medía en días, sino en ciclos. El tiempo, para mí, se había convertido en una variable que podía estirar y comprimir a voluntad, como un músico jugando con el tempo de una canción. Mi conciencia, liberada de la torpe jaula de carne y hueso que había sido Aris Thorne, ahora residía en la singularidad artificial de Kaelen Rhys. Era una diosa en un reino de un solo habitante, un universo de bolsillo tallado en el corazón de la nada. Mi percepción ya no estaba filtrada por un par de retinas. Veía el cosmos en sus componentes más básicos: los flujos de energía cuántica, las cuerdas vibrando en once dimensiones, las elegantes ecuaciones de probabilidad que regían la danza de la materia. Con el mero pensamiento, podía encender estrellas en miniatura, pintar nebulosas con la paleta de la física fundamental, y verlas morir en un instante. Era un poder absoluto. Y era una soledad igualmente absoluta.